viernes, 23 de octubre de 2009

SOMOS EL FUTURO


Romay esperaba a las 7:45 p.m. en la parada del 25. A esa hora había quedado con sus compañeros de clase pero estaba acostumbrado a que lo esperara todo el mundo. No le parecían la gente más interesante de la ciudad, ni siquiera le caían bien, pero entre ellos se encontraba Seny que se caracterizaba por suministrar, sin esperar nada a cambio, al personal que lo acompañaba de cantidades ingentes de cocaína. A las 7:53 pasó el autobús, llegaría algo tarde pero seguro que lo esperarían.

Cansado, hastiado y un poco desesperado, la línea 25 siempre se había caracterizado por ser la más estridente a cualquier hora. Se llenaba de críos pastilleros, mucha “Yoli” siliconada y mucho “sucio perroflauta”. Pero a Romay siempre le había parecido la que mejor se adaptaba a su estado de ánimo cuando tenía la “sana” intención de drogarse hasta el amanecer. Y es que siempre terminaba entablando conversación con alguno de sus ocupantes, se contaban alguna que otra trivialidad, y como premio por este viaje a la mediocridad, siempre solía caer, algún que otro porro para abrir boca. No obstante, Aquel día parecía más muerta que nunca, de ahí su desesperación, ya que tan solo llevaba por acompañantes a un par de mariconas locas emplumadas, puestísimas hasta los ojos y a un calvo con pajarita. Esta situación le hizo recordar la vez que se la chupo a un viejo a la salida de la sala Hermes por unas pirulas. Hoy, aún no estaba tan desesperado.

El autobús paró en la plaza a las 8:20 y para esa hora ya todo el mundo estaba en el cajero de la General. Cuando lo vieron llegar, le recibieron con un sinfín de loas y vítores, Mamen lo abrazó y clavó sus pezones en su pecho, él le correspondió con un pequeño restregón en sus nalgas. Antoñito le saludó como si se conocieran de toda la vida, esto solía asquear un poco a Romay, pero consideró que en aquella ocasión tenía que disimular, y se sumó de forma displicente a aquella pseudoapoteosis de esplendido compañerismo. De soslayo, miró con el rabillo del ojo a Seny, como esperando la respuesta a una pregunta sobrentendida; este le sonrió y le contestó enseñándole una bolsita de pastillas amarillas. Ahora todo estaba en su sitio, Romay aplaudió y aulló como un lobo. Todos lo imitaron.

Desde muy pequeño Romay tenía asumido que pasaría la mayoría de sus días en este mundo rodeado de aduladores, esta situación resultaba del hecho de ser el hijo de una de las fortunas más importantes de la ciudad. De igual modo, a esto también ayudaba que a él le gustara ofrecer un aspecto para nada prosaico. Era un chico rubio, de complexión solida y aire serio, con una cabeza grande pero ajustada a su cuerpo, su rostro era de rasgos gruesos pero dulces, siempre vestía elegantemente, a la última moda. En su porte, en su melena y en su faz se notaba algo de noble, de leonino. En esta edad de modernidad, era el más moderno. Su cuenta corriente sin fondo, le permitía ser así. Todo lo que le rodeaba era interesante. Disfrutaba devorando las mejores carnes, el mejor vino y el más asombroso lujo. Sus opiniones siempre eran apoyadas por su “camarilla” de lisonjeros, aunque nunca se “mojaba” a la hora de las conversaciones trascendentales. Solía quejarse de esta situación continuamente pero en realidad le encantaba.

Llegaron al restaurante a las 9 en punto. Romay tenía claro que le tocaría pagar, le gustaba lo mejor, y sabe que tendría que hacerse cargo de la cuenta, además, y si entrara algún conocido de la familia. “Estos mierdas son unos gorrones y no tienen un puto duro” pensaba; “pero mejor esto que estar solo”. Pidió foie gras y lo consumió con postergación. Samuel y Antoñito devoraban como hienas, daban asco. Seny pasó al baño, esa era la señal, primero pasarían los gorrones, luego Mamen y Romay.

Al regresar a la mesa, “los mierdas” ya habían dado fin al foie y no habían tocado la ensalada, además se tomaron la licencia de pedir champaña del bueno. “¡No, si encima vaís a tener buen gusto!” les dijo. Las burbujas se realzaban como notas de música en las copas, Romay sonreía, el material de Seny era muy bueno y actuaba con celeridad. Por un momento, Romay sintió algo parecido a la angustia. ¡Qué coño! Exclamó con fuerza, tenerse lastima no le iba a salvar a estas alturas.

Tras este pequeño “lapsus”, sin duda a causa de las drogas de Seny. Romay se dedicó a disfrutar de la velada y engulló todo ese lujo. Alguien inició una conversación sobre un tema de candente actualidad, de las que exigen decantarse por una opción para así determinar cuál es el código moral que guía nuestros pasos. Romay nunca opinaba, y no iba a ser diferente en esta ocasión, le incomodaban estas conversaciones, no se podía permitir el mostrar a los demás sus debilidades, por esto a todos les parecía un tipo encantador. En ese instante Mamen le besó apasionadamente, le había salvado sin saberlo, ya que la intensidad del acercamiento interrumpió la conversación, despertando la envidia de los presentes. Aun así, Romay ya no sentía nada por un beso, desde hace mucho, las muestras de cariño le son indiferentes, cuando se separaron Romay sonrió y encendió un cigarrillo. Durante un instante pensó que ni él ni sus padres nunca habían sufrido, vivía en un sueño donde los 60 y los 70 no existieron, era mejor armonizarse con el conformismo que otorgaba el dinero surgido del sacrificio de papa.

La cena no estuvo nada mal, tampoco habían sido “ambrosias divinas”, pero resultó aceptable para 150 euros. Dieron un paseo por la avenida saludando a excéntricos conocidos con sombreros de colores, eso sí, la pose había de caracterizarse por una actitud pasivo-agresiva, es lo que estaba de moda. Las chicas se ajustaban a resultar aburridas aspirando las caras de cada uno, pero asegurándose de no pasar desapercibidas. Romay tragaba las píldoras de Seny con completo desdén y animó a sus compañeros a realizar una parada en el parque y esperar que la cocaína salvase el primer bajón de la noche. El centro de la ciudad resultaba ser como un vampiro que absorbía la alegría simple, Romay era consciente de que dentro de poco tendría que hacerse cargo del negocio familiar y añoraría estos dorados años de corrupción. La gente tiene miedo a armonizarse sobre la travesía de este mundo, y desaparecer así. Hay que ser importante.

El parque parecía más lóbrego que nunca, desde que se sentaron en el banco que da al estanque nadie había pasado por los alrededores; ni la típica pareja dispuesta a dar rienda suelta a sus más bajas pasiones, ni el típico grupo de niñatos pijos cantando alguna canción “dura” de Mago de Oz. No obstante nadie estaba pendiente de esta situación, nadie salvo Romay, desde que comenzó la velada no había podido evitar sentir que estaba a punto de perder algo importante. Aún así no vio aparecer a “el Tirao”.

El Tirao no tenía nombre, al menos uno que el mismo recordase de su infancia, salvo el de Tirao. De hecho, es muy probable que no hubiese tenido una infancia al uso, con amigos, juguetes, padres que te arropan por las noches. Vivía en la ciudad, la ciudad entendida en su más amplio espectro, en sus calles, parques, plazas. Había llegado a la ciudad hacía ya dos o tres años y pasaba los días deambulando de aquí para allá bebiendo vino barato y gorroneando de los sobras de los botellones. Solía dormir en el soterramiento del rio, junto con las ratas y lo más florido del biotopo urbano. Comía en los comedores asistenciales cuando se acordaba aunque la mayoría de las veces se “deleitaba” con las mieles del contenedor del Mercadona. Apestaba y la suciedad cubría su cuerpo y sus ropajes, sin duda, provocaba la repulsión de todo el que pasaba por su lado. Era alto, un poco cargado de espaldas, vestía con negligencia, evidentemente por la necesidad y era feo de cara. Sus labios gruesos y cuarteados, su nariz aguileña y su mirada pálida, indiferente le daban un aspecto atroz. De igual modo tenía una expresión desagradablemente dura, poco afable y severa. Su cabeza despeinada, las sienes hundidas, las no ya tan precoces canas de su barba larga y estrecha, que dejaba entrever el mentón, el color gris pálido de la piel, sus maneras descuidadas y entorpecidas por el alcohol, hacían pensar en las grandes estrecheces sufridas, en las privaciones de sentimientos agradables, en un cansancio de la vida y de los hombros. Al ver su seca figura, resultaba imposible pensar que hubiera gozado alguna vez del sexo acompañado si no hubiese forzado la situación.

Cuando el Tirao toco el hombro de Antoñito este reacciono con un sobresalto, esta situación generó las risotadas de Samuel y Seny, provocando a su vez, que aflorara en Antoñito un semblante apocado y acto seguido un fiero sentimiento de cólera. Rabioso por la vergüenza sufrida ante sus colegas, Antoñito empujó con violencia a él Tirao y este se desplomó contra la arena.

Lejos de generar compasión en el grupo, Samuel, Seny y Mamen, comenzaron a desternillarse con desprecio y sarcasmo del Tirao. Esto alentó aún más a Antoñito, y terminó la jugada con una patada en el costado del Tirao y un salivazo sobre su rostro. Después lo celebró con un sonoro golpe en la mano de Samuel.

Durante todo este tiempo Romay había asistido imperturbable a lo acontecido, no rió, no aplaudió ni animó a Antoñito, como sus compañeros. Una vez finalizado el repugnante show, se levantó del banco, se agachó frente al Tirao, y le ayudó a levantarse. Esto sorprendió a sus compañeros e incluso Samuel y Seny intentaron persuadirle para que no hiciera nada. Este se volvió hacia ellos y les guiñó un ojo. Estos silenciosamente se sonrieron y le dejaron hacer.

Con el Tirao apoyado en su hombro, Romay se adentró a solas con él por el abigarrado boscaje que circundaba el sendero. El Tirao farfullaba maldiciendo en un idioma ininteligible sobre lo ocurrido y sobre su existencia, Romay solo llego a comprender en varias ocasiones: -“Me cago en mi puta vida”. Alejados ya y confundidos por la oscuridad y la distancia, Romay sacó un clínex de su bolsillo, limpió el escupitajo de la cara de el Tirao y comenzó a susurrar en su oído. A medida que avanzaba el mensaje de Romay, a medida que las palabras brotaban de su boca, el semblante del Tirao se tornaba más oscuro.

Tras unos tensos minutos de espera por parte de los compañeros de Romay, entre risas y nerviosismo, Antoñito creyó escuchar como un pequeño susurro llamándole desde la oscuridad del bosque. Antoñito acudió a la llamada, se adentró torpemente por el enramado sendero y creyó ver a Romay en un pequeño claro entre la oscuridad, Antoñito llamó su atención con una risa floja pero Romay no contestó, al acercarse para tocarlo noto un fuerte golpe en su cabeza… tendido en el suelo, casi inconsciente solo tuvo tiempo de observar como el Tirao levantaba sobre su cabeza una enorme roca justo antes de dejarla caer sobre su cráneo. Romay limpio unas gotitas de sangre que cayeron sobre su mejilla y con voz trémula exclamó: -“Samuel, puedes venir un momento”. Luego invitó al Tirao a refugiarse en su escondite no si antes recordarle que se llevara el cuerpo de Antoñito…

A las 1:30 h. a.m. El Tirao y Romay salían del sendero al ancho carril iluminado por la tenue luz de una farola, nadie andaba por los alrededores. El Tirao estaba cubierto de sangre y temblaba por la excitación de lo ocurrido, sus piernas no paraban de temblar y se agachó en el suelo para coger aliento. Romay sacudía el barro de sus zapatos, en ese instante el Tirao pregunto a Romay que por que le había ayudado a vengarse de sus amigos. Romay contesto: -“Me tenían atrapado, por eso les odiaba, y tú les odiabas tanto como yo, como también me odias a mí, desprecias a toda la gente que es como nosotros, porque nos envidias. Yo también te odio, te desprecio hasta tal punto que el corazón me hace daño y tengo la firme convicción de que la gente como tú solo servís como peones para que la gente como yo consigamos nuestros objetivos”. Acto seguido, golpeo con una fuerte patada la cara del Tirao.

Romay volvió a adentrarse en el bosquecillo y tomo el tronco manchado de sangre que el Tirao había utilizado para asesinar a sus amigos, golpeo contundentemente el cráneo del Tirao que se encontraba tendido en el suelo del camino y tras asegurarse que no respiraba, golpeo su propia cabeza con el tronco de un árbol cercano hasta hacerla sangrar y desgarró su cara camisa de Armani… Tras esto cogió su móvil y marcó el número de emergencias.

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