lunes, 12 de octubre de 2009

EL MÚSICO.


A las 6:00 a.m. la luz de la mañana dibujaba sombras tenebrosamente juguetonas en los edificios de la plaza Bibrambla, los barrenderos habían mojado las baldosas de la calle para limpiarla de los desperdicios de la noche anterior, la mezcolanza resultante era una crema gris y pastosa aderezada con trozos de cristal de litrona y monedas perdidas. El olor era nauseabundo; alcohol, vomito y desinfectante se superponían para conformar un rosario de fetidez que facilitaba la arcada de los transeúntes mañaneros. Los pájaros comenzaban a despertar, sumando su tímido piar a los motores de los primeros coches que pasaban sin apenas detenerse. Una mujer gorda, maquillada como una pintura impresionista, paseaba a su foxterrier entre los arriates y hablándole como a un bebé lo animaba a que hiciese sus necesidades en la base de un robusto plátano. El dueño del puesto de flores 5º alzaba con desdén el cierre metálico de su establecimiento maldiciéndose en voz alta, quizás con la intención de que el sonido resultante de esta suma de actos fuera aun más ensordecedor, y así, despertar a todo el vecindario envenenado por el agravio comparativo de tener que trabajar en domingo y que el resto descansase plácidamente en sus casas.

Hans Hansen; era, sin lugar a dudas, fácilmente reconocible como miembro del orgulloso pueblo escandinavo. Su cabello rizado y rojo, su tez blancuzca, matizada de un sinfín de pecas, y evidentemente su nombre, así lo demostraban. Paseaba tranquilo tirando de una plataforma rectangular de madera con ruedas que cargaba con una batería descolorida y carcomida por el tiempo y un pequeño taburete. Su despejado deambular lo convertía en un ente que ni siquiera parecía estar allí. De hecho ninguno de los vecinos de la plaza se percató de su llegada, pese a lo aparatoso de su mercancía.

En 10 minutos exactos, la batería estaba montada, Hans se sentó en el taburete, miró al encapotado cielo, cerró los ojos, respiró profundamente y comenzó a tocar “A view from the afternoon” de Artic Monkeys. Evocando el video musical de la banda anglosajona, tocaba como si el resto del mundo no existiese. El tendero del puesto de flores dio un respingo al escuchar los primeros compases de batería y tras medio minuto de abrumador estupor, le inundó una risilla tonta y comenzó a mirar a los balcones de la plaza. El pequeño canido de la señora obesa comenzó a ladrar de forma desesperada a nuestro músico, mientras la señora sujetaba fuerte su correa y con cara de asco no paraba de repetir: -“¡Qué poca vergüenza! Poco a poco, los balcones de la plaza se fueron abriendo y los vecinos despeinados, en bata y pijama, con los ojos anegados de legañas, entre la sorpresa y la cólera, increpaban a Hans “recordando a su familia” y amenazándole con una rápida llamada a la policía.

A Hans, no parecía importarle mucho las críticas, y continuaba golpeando su batería, concentrado en que los compases no perdiesen ni un ápice de exactitud. A los 20 minutos, cuatro agentes de policía perfectamente uniformados, amablemente invitaban a Hans a desistir de su actitud, tampoco esto importunó a Hans en demasía, se limito a regalarles una fugaz ojeada y sin cambiar su semblante continuó tocando. Esta actitud sorprendió a los cuatro agentes que se miraron perplejos entre ellos. De igual modo, los vecinos comenzaron a gritar desde los balcones aún con mayor furia y exigían a los agentes una solución expeditiva para esta situación tan irregular. Uno de los agentes intento parar los rápidos brazos de Hans y este ni corto ni perezoso golpeo al policía en una ceja con la baqueta, este acto provocó la rápida actuación policial que inmovilizaron, no sin recibir algún que otro baquetazo más en sus cuerpos, al músico fijando su rostro al suelo y maniatándolo con unas esposas. La gente aplaudía desde los balcones y Hans camino de los coches de policía se limitaba a hacer genuflexiones a tan desagradecido público, e incluso lanzo algún que otro beso a unas chicas en camisón que observaban la rocambolesca situación carcajeándose desde su balcón. El policía herido en la ceja, trataba de parar la hemorragia mientras invitaba a los mirones a adentrarse en sus casas y a dejar actuar a la policía con tranquilidad. En un despiste de los agentes que acompañaban a Hans, este salió corriendo hacia su abandonada batería y sin parar de sonreír se puso a patearla sin ninguna contemplación…

Esta espectacular reacción cambió el semblante de los espectadores que sorprendidos y ya totalmente despiertos, frotaban sus ojos y abrían sus bocas a modo de sorpresa. Algunos exclamaron:- “¡Cuidado, se escapa!”, la policía corrió tras él, le atraparon, avergonzados y furiosos comenzaron a golpearle repetidamente, hasta que molido de dolor y chorreando de sangre, desistió de su perturbada actitud. Ya nadie gritaba ni reía, incluso muchos vecinos con un semblante apesadumbrado regresaron a sus casas y cerraron sus balcones. Hans seguía sonriendo con la mirada perdida, mientras era acompañado por los cuatro agentes al coche. Se volvió para mirar a su batería y no parando de sonreír, derramó un par de lágrimas. Los agentes metieron a Hans en el coche de un empujón, este se limitó a derrumbarse en el asiento de atrás, y siguió sonriendo.

A las 7:30 a.m. la luz de la mañana se expandía plena por los edificios de la plaza Bibrambla, las baldosas de la calle aún mojadas comenzaban a acumular porquería. Al olor ya viciado se sumaba el aroma de las flores del puesto nº 5. La mujer gorda, maquillada como una pintura impresionista, acarreaba entre sus robustos brazos al foxterrier y hablándole como a un bebé trataba de calmarle. El dueño del puesto de flores 5º miraba con tristeza los restos de una desvencijada batería que se esparcían por el centro de la plaza mezclados con la sangre de Hans. Ya nadie descansaba plácidamente en sus casas, todos estaban despiertos. El silencio reinaba en esta céntrica plaza de Granada, no se escuchaba a los pájaros, ni a los coches, ni a la gente, ni los cierres de los comercios, ni a los niños jugando. Una nada absoluta.

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