domingo, 22 de noviembre de 2009

EL CAZADOR DE YACARÉS


El amanecer en la cuenca del Orinoco siempre es diferente, el de hoy es mágico.

El filo de la mañana se desdibuja en la niebla del río. Como una misteriosa cenefa, las lejanas orillas van pasando lentamente. Los empañados cristales de agua se hacen añicos en silencio y notas el vuelo de un solo pájaro alejándose, flotando y fundiéndose con los misteriosos sonidos de los canales.

Gené Sequeiros, el chamán, el día en que nací, escupió una joya verde en las verdes profundidades, empujó su embarcación hacia un destino atemporal y regresó a los arboles bajo los que quizás fui concebido, se detuvo y mirando hacia mi madre, le dijo: -“Será cazador de Yacarés”. Después suspiró, se arregló el sombrero y siguió su camino.

Evocar las viejas historias, siempre me ha entristecido, así que, quizás la caza me sirva de alivio, como un interludio, para poner en orden las ideas, para descubrir por qué me preocupa tanto… Así pues me sumerjo.

El fondo del río es fosco y desordenado, hay latas oxidadas a mis pies y voy penetrando en la penumbra movediza… entonces lo veo, uno de los más grandes que he visto nunca, un monstruo y va a por mí. Se sumerge silencioso, es el perfecto asesino; se hincha escondido tras las arcillas del fondo. Como un proyectil verde, oculto pero peligroso, como un anhelo acallado. Rodeo su cuerpo, frio y resbaladizo, y lucho contra él tratando de identificar mediante el tacto una forma oculta a modo de punto débil. Lo consigo.

Saciado brevemente por el regocijo de la caza suelto al animal y le veo caer, le veo ir a hundir la cara en el cieno y los sedimentos del fondo de donde había venido, mi victoria está asegurada… le perdono, le dejo ir… por el momento.

Ella me espera en la orilla, me dirige una mirada de interrogación…pero no me presiona, sabe que le contaré todo cuando esté preparado, me conoce y conoce mi forma de ser.

Caminamos, los arboles dan forma a nuestro silencio, un silencio digno de la Isla de Pascua, conservado por respeto a estas presencias antiguas y gigantescas. Desde mi llegada a la orilla nos hemos besado, hemos hablado, nos hemos abrazado… y nada más. Lo que no hemos hecho está suspendido en el aire que nos separa y le da a ese pequeñísimo espacio más significado del que tenemos nosotros. Y no nos detenemos hasta que nuestro desplazado deseo parece estar en cada golpe de viento y brizna de hierba, y nos miramos… y sonreímos. Hemos dicho tanto con tan pocas palabras. He visto soles lejanos en el delta, pero no son nada comparados con la timidez de los amantes conocidos, que en la preparación del amor vuelven a ser fascinantes extraños. Y sientes que en todas tus solitarias orbitas ella era el planeta y yo el satélite, hasta que su gravedad me reclamó, me devolvió a casa.

Su aroma, las nubes de alabastro veteado de lluvia que caen en ráfagas sobre sus cumbres, sobre las dunas de sus bancos de nieve. Crece la tensión superficial que nos aprieta en la cara, en las piernas. Soy la hierba que hay bajo sus pies. Coge un fruto, indefenso en sus manos, lo acerca a su boca, lo acarician sus labios que se separan y espero ante su lengua que es como un manto de rosas con dorados hilos de saliva como riendas. Es la señal…empieza el tiempo fuera del tiempo.

Hundo mi cara en su bosque perfumado de zarzas, dobladas por el rocío blando de mi lengua. La boca de un volcán, trenzada en el vapor… un fuego hundido en su núcleo, en su corazón rojo y anegado de mena. No es solo el deseo lo que acelera mis manos e infla sus velas. Pero hay deseo.

Me quiere.

Con gritos diminutos, medidos… como si la hundieran lentamente en un agua demasiado fría o demasiado caliente. La recorro con los dedos que son perros sin correa en el parque de su espalda donde caen pequeñas hojas y pétalos aplastados.

No me quiere.

Soy la roca blindada de lapas, ella es la marea… espuma blanca flota bajo su cuello, sus hombros. El mar y la orilla, chocamos, caemos hechos pedazos,… chocamos, caemos.

Me quiere.

En una tierna unión, en la que convergen nuestros dos mundos comienza el incendio, me pierdo en sus cuevas y ella aúlla, y su grito es como el fuego de la jungla.

No me quiere.

Su mundo y el mío atrapados en una órbita de colisión, giran cada vez más rápido, se entrelazan aún más, desesperados, ante el impacto final… nuestro sublime apocalipsis, y sí, y no, y sí me quiere, y no me quiere,… y ya no importa.

Y tras el amor se duerme…

Es muy humano afirmar la vida con tanto empeño, tan físicamente entregando el cuerpo a un antiguo y rudimentario cerebro pélvico, y después permitir que cese toda esa vitalidad. Marcar un contraste entre esos momentos apasionados y carnales y las largas horas de letargo… Es muy humano… pero cada vez yo lo soy menos, así que ella duerme, y yo velo.

Aunque la carne debe descansar he superado ya esas necesidades, los únicos impulsos humanos que me quedan son solo los que he decidido conservar. Los demás ardieron cuando maté al primer Yacaré, la noche en que estalló mi mundo cómodo y seguro, y sus restos se hundieron en el río, los devoró, quedaron reducidos a un cuerpo hueco y de aquellos horribles restos surgió un dios del bosque, surgió el cazador.

Aun con todo, no puedo arreglar el mundo, su mundo, mi mundo… me siento y pienso toda la noche sobre ello y tras tomar una terrible decisión dejo de pensar, mi humanidad y su humanidad deben triunfar o fracasar por sus propias cualidades, más no por nuestro empeño. Pero ahora es nuestro momento, hasta que el momento muera, aún después solo si puede ser. Y duermo solo porque quiero.

A la mañana, le palpitan los parpados como polillas que intentan escapar del espeso fango del sueño. Desayunamos fruta fresca, la miro mientras se limpia el zumo de la barbilla y le queda el brillo de la piel tensa en la palma de la mano. Después paseamos, me sonríe, nos besamos, saboreamos el nuevo día, todos sus aromas y todas sus promesas…

Pero el día se enluta al adentrarnos en el abigarrado bosque galería que circunda el pantanal, yo no me he dado cuenta, me encuentro absorto mirándola, su media sonrisa, su rubia cabellera, sus pequeños senos goteados en sudor cual rocío sobre naranjas y esa mirada expectante y sencilla que me tranquiliza y me da la vida. Él sin embargo la observa de otro modo…

Nunca sabré por qué le dejé con vida, por qué no obedecí a mi naturaleza y partí su cuello como mil veces hice en el pasado. De sobra sé que un yacaré herido en su orgullo es más letal y vengativo aún que uno herido físicamente. El golpe de su cola es tremendo, pierdo el sentido y no tengo tiempo de reaccionar… Al despertar solo veo sangre, un gran charco de sangre… Y grito. Ya solo grito.

domingo, 8 de noviembre de 2009

VIVR DONDE VIVO


Montado sobre mis conocimientos
Qué confiado adquirí de forma rara
Será lo que quede en mi historia registrada
En la cinta que narre todos los momentos


Seguramente, no todos permanezcan
Y en constelaciones el pionero quede definido
El mismo que siempre he compartido
Con los que de modo intrigante me adormezcan


Esta pequeña confianza secreta
Pues creo saber cuál es la causa
Nace de decir la verdad que arrasa
En las mentes de aquellos que no respetas


Nadie, alguna vez sabrá que esto
Solo tendrá sentido si el enemigo escucha
Porque si no es conversación de nadie
Y ya no tendrá clara cuál es la lucha


Este discurso que surge de la simpleza
Pero de la más difícil y escarpada
Una vez descubierta es mala hermana
Y ya no te abandona la tristeza


Pero siempre queda la esperanza
Que vive en los que amas en tu tierra
Cientos de almas con corazón de sierra
Definidos por el trabajo y la templanza


Y es que a estos no hay que convencerlos
Hay que dejarse convencer por sus discursos
Ese que surge de echarle a la vida pulsos
Del que risas y lágrimas forman sus alientos