martes, 29 de diciembre de 2009

SIEMPRE ACTUAS DURO


¿Qué tal, chica hielo? Siempre actúas duro.
Imaginaba que esto estaba en ti, no duele nada.
He esperado demasiado tiempo, tras el muro.
Debiste hacer perchero de mí, antes de hacer la fosa.


Muy bien, lo acepto. Eres formal no por tradición.
Nada de lo que puedas decir reflejará lo que sientes.
Porque, te encuentras vulnerable cuando abro tú cajón.
Porque es sencillo vislumbrar cuando tu cuerpo no miente.


Podrías perder el control, perder la lengua.
Perderme a mí susurrando a mí oído cuando encubras.
Que quieres, esta noche perder las riendas.
Terminar mirándome de lado desde las alturas.


Nada de lo que digas va a cambiar como me siento.
¿Qué es por tanto para ti el amor? Juguetear con los límites.
Los dos estamos jugando y no podemos hacerlo en silencio.
Los dos jugamos, con la esperanza de quiméricos amores.


Vamos a ser valientes pues, y ocupar nuestro lugar.
La historia podrá ser solo como nosotros ambicionemos.
Nos acostumbraron a aceptar solo media felicidad.
Somos dos almas perdidas en la realidad que deseamos.
La que tú deseas, la que yo deseo… Bien; ¿quizás nos queremos?

domingo, 22 de noviembre de 2009

EL CAZADOR DE YACARÉS


El amanecer en la cuenca del Orinoco siempre es diferente, el de hoy es mágico.

El filo de la mañana se desdibuja en la niebla del río. Como una misteriosa cenefa, las lejanas orillas van pasando lentamente. Los empañados cristales de agua se hacen añicos en silencio y notas el vuelo de un solo pájaro alejándose, flotando y fundiéndose con los misteriosos sonidos de los canales.

Gené Sequeiros, el chamán, el día en que nací, escupió una joya verde en las verdes profundidades, empujó su embarcación hacia un destino atemporal y regresó a los arboles bajo los que quizás fui concebido, se detuvo y mirando hacia mi madre, le dijo: -“Será cazador de Yacarés”. Después suspiró, se arregló el sombrero y siguió su camino.

Evocar las viejas historias, siempre me ha entristecido, así que, quizás la caza me sirva de alivio, como un interludio, para poner en orden las ideas, para descubrir por qué me preocupa tanto… Así pues me sumerjo.

El fondo del río es fosco y desordenado, hay latas oxidadas a mis pies y voy penetrando en la penumbra movediza… entonces lo veo, uno de los más grandes que he visto nunca, un monstruo y va a por mí. Se sumerge silencioso, es el perfecto asesino; se hincha escondido tras las arcillas del fondo. Como un proyectil verde, oculto pero peligroso, como un anhelo acallado. Rodeo su cuerpo, frio y resbaladizo, y lucho contra él tratando de identificar mediante el tacto una forma oculta a modo de punto débil. Lo consigo.

Saciado brevemente por el regocijo de la caza suelto al animal y le veo caer, le veo ir a hundir la cara en el cieno y los sedimentos del fondo de donde había venido, mi victoria está asegurada… le perdono, le dejo ir… por el momento.

Ella me espera en la orilla, me dirige una mirada de interrogación…pero no me presiona, sabe que le contaré todo cuando esté preparado, me conoce y conoce mi forma de ser.

Caminamos, los arboles dan forma a nuestro silencio, un silencio digno de la Isla de Pascua, conservado por respeto a estas presencias antiguas y gigantescas. Desde mi llegada a la orilla nos hemos besado, hemos hablado, nos hemos abrazado… y nada más. Lo que no hemos hecho está suspendido en el aire que nos separa y le da a ese pequeñísimo espacio más significado del que tenemos nosotros. Y no nos detenemos hasta que nuestro desplazado deseo parece estar en cada golpe de viento y brizna de hierba, y nos miramos… y sonreímos. Hemos dicho tanto con tan pocas palabras. He visto soles lejanos en el delta, pero no son nada comparados con la timidez de los amantes conocidos, que en la preparación del amor vuelven a ser fascinantes extraños. Y sientes que en todas tus solitarias orbitas ella era el planeta y yo el satélite, hasta que su gravedad me reclamó, me devolvió a casa.

Su aroma, las nubes de alabastro veteado de lluvia que caen en ráfagas sobre sus cumbres, sobre las dunas de sus bancos de nieve. Crece la tensión superficial que nos aprieta en la cara, en las piernas. Soy la hierba que hay bajo sus pies. Coge un fruto, indefenso en sus manos, lo acerca a su boca, lo acarician sus labios que se separan y espero ante su lengua que es como un manto de rosas con dorados hilos de saliva como riendas. Es la señal…empieza el tiempo fuera del tiempo.

Hundo mi cara en su bosque perfumado de zarzas, dobladas por el rocío blando de mi lengua. La boca de un volcán, trenzada en el vapor… un fuego hundido en su núcleo, en su corazón rojo y anegado de mena. No es solo el deseo lo que acelera mis manos e infla sus velas. Pero hay deseo.

Me quiere.

Con gritos diminutos, medidos… como si la hundieran lentamente en un agua demasiado fría o demasiado caliente. La recorro con los dedos que son perros sin correa en el parque de su espalda donde caen pequeñas hojas y pétalos aplastados.

No me quiere.

Soy la roca blindada de lapas, ella es la marea… espuma blanca flota bajo su cuello, sus hombros. El mar y la orilla, chocamos, caemos hechos pedazos,… chocamos, caemos.

Me quiere.

En una tierna unión, en la que convergen nuestros dos mundos comienza el incendio, me pierdo en sus cuevas y ella aúlla, y su grito es como el fuego de la jungla.

No me quiere.

Su mundo y el mío atrapados en una órbita de colisión, giran cada vez más rápido, se entrelazan aún más, desesperados, ante el impacto final… nuestro sublime apocalipsis, y sí, y no, y sí me quiere, y no me quiere,… y ya no importa.

Y tras el amor se duerme…

Es muy humano afirmar la vida con tanto empeño, tan físicamente entregando el cuerpo a un antiguo y rudimentario cerebro pélvico, y después permitir que cese toda esa vitalidad. Marcar un contraste entre esos momentos apasionados y carnales y las largas horas de letargo… Es muy humano… pero cada vez yo lo soy menos, así que ella duerme, y yo velo.

Aunque la carne debe descansar he superado ya esas necesidades, los únicos impulsos humanos que me quedan son solo los que he decidido conservar. Los demás ardieron cuando maté al primer Yacaré, la noche en que estalló mi mundo cómodo y seguro, y sus restos se hundieron en el río, los devoró, quedaron reducidos a un cuerpo hueco y de aquellos horribles restos surgió un dios del bosque, surgió el cazador.

Aun con todo, no puedo arreglar el mundo, su mundo, mi mundo… me siento y pienso toda la noche sobre ello y tras tomar una terrible decisión dejo de pensar, mi humanidad y su humanidad deben triunfar o fracasar por sus propias cualidades, más no por nuestro empeño. Pero ahora es nuestro momento, hasta que el momento muera, aún después solo si puede ser. Y duermo solo porque quiero.

A la mañana, le palpitan los parpados como polillas que intentan escapar del espeso fango del sueño. Desayunamos fruta fresca, la miro mientras se limpia el zumo de la barbilla y le queda el brillo de la piel tensa en la palma de la mano. Después paseamos, me sonríe, nos besamos, saboreamos el nuevo día, todos sus aromas y todas sus promesas…

Pero el día se enluta al adentrarnos en el abigarrado bosque galería que circunda el pantanal, yo no me he dado cuenta, me encuentro absorto mirándola, su media sonrisa, su rubia cabellera, sus pequeños senos goteados en sudor cual rocío sobre naranjas y esa mirada expectante y sencilla que me tranquiliza y me da la vida. Él sin embargo la observa de otro modo…

Nunca sabré por qué le dejé con vida, por qué no obedecí a mi naturaleza y partí su cuello como mil veces hice en el pasado. De sobra sé que un yacaré herido en su orgullo es más letal y vengativo aún que uno herido físicamente. El golpe de su cola es tremendo, pierdo el sentido y no tengo tiempo de reaccionar… Al despertar solo veo sangre, un gran charco de sangre… Y grito. Ya solo grito.

domingo, 8 de noviembre de 2009

VIVR DONDE VIVO


Montado sobre mis conocimientos
Qué confiado adquirí de forma rara
Será lo que quede en mi historia registrada
En la cinta que narre todos los momentos


Seguramente, no todos permanezcan
Y en constelaciones el pionero quede definido
El mismo que siempre he compartido
Con los que de modo intrigante me adormezcan


Esta pequeña confianza secreta
Pues creo saber cuál es la causa
Nace de decir la verdad que arrasa
En las mentes de aquellos que no respetas


Nadie, alguna vez sabrá que esto
Solo tendrá sentido si el enemigo escucha
Porque si no es conversación de nadie
Y ya no tendrá clara cuál es la lucha


Este discurso que surge de la simpleza
Pero de la más difícil y escarpada
Una vez descubierta es mala hermana
Y ya no te abandona la tristeza


Pero siempre queda la esperanza
Que vive en los que amas en tu tierra
Cientos de almas con corazón de sierra
Definidos por el trabajo y la templanza


Y es que a estos no hay que convencerlos
Hay que dejarse convencer por sus discursos
Ese que surge de echarle a la vida pulsos
Del que risas y lágrimas forman sus alientos

viernes, 23 de octubre de 2009

SOMOS EL FUTURO


Romay esperaba a las 7:45 p.m. en la parada del 25. A esa hora había quedado con sus compañeros de clase pero estaba acostumbrado a que lo esperara todo el mundo. No le parecían la gente más interesante de la ciudad, ni siquiera le caían bien, pero entre ellos se encontraba Seny que se caracterizaba por suministrar, sin esperar nada a cambio, al personal que lo acompañaba de cantidades ingentes de cocaína. A las 7:53 pasó el autobús, llegaría algo tarde pero seguro que lo esperarían.

Cansado, hastiado y un poco desesperado, la línea 25 siempre se había caracterizado por ser la más estridente a cualquier hora. Se llenaba de críos pastilleros, mucha “Yoli” siliconada y mucho “sucio perroflauta”. Pero a Romay siempre le había parecido la que mejor se adaptaba a su estado de ánimo cuando tenía la “sana” intención de drogarse hasta el amanecer. Y es que siempre terminaba entablando conversación con alguno de sus ocupantes, se contaban alguna que otra trivialidad, y como premio por este viaje a la mediocridad, siempre solía caer, algún que otro porro para abrir boca. No obstante, Aquel día parecía más muerta que nunca, de ahí su desesperación, ya que tan solo llevaba por acompañantes a un par de mariconas locas emplumadas, puestísimas hasta los ojos y a un calvo con pajarita. Esta situación le hizo recordar la vez que se la chupo a un viejo a la salida de la sala Hermes por unas pirulas. Hoy, aún no estaba tan desesperado.

El autobús paró en la plaza a las 8:20 y para esa hora ya todo el mundo estaba en el cajero de la General. Cuando lo vieron llegar, le recibieron con un sinfín de loas y vítores, Mamen lo abrazó y clavó sus pezones en su pecho, él le correspondió con un pequeño restregón en sus nalgas. Antoñito le saludó como si se conocieran de toda la vida, esto solía asquear un poco a Romay, pero consideró que en aquella ocasión tenía que disimular, y se sumó de forma displicente a aquella pseudoapoteosis de esplendido compañerismo. De soslayo, miró con el rabillo del ojo a Seny, como esperando la respuesta a una pregunta sobrentendida; este le sonrió y le contestó enseñándole una bolsita de pastillas amarillas. Ahora todo estaba en su sitio, Romay aplaudió y aulló como un lobo. Todos lo imitaron.

Desde muy pequeño Romay tenía asumido que pasaría la mayoría de sus días en este mundo rodeado de aduladores, esta situación resultaba del hecho de ser el hijo de una de las fortunas más importantes de la ciudad. De igual modo, a esto también ayudaba que a él le gustara ofrecer un aspecto para nada prosaico. Era un chico rubio, de complexión solida y aire serio, con una cabeza grande pero ajustada a su cuerpo, su rostro era de rasgos gruesos pero dulces, siempre vestía elegantemente, a la última moda. En su porte, en su melena y en su faz se notaba algo de noble, de leonino. En esta edad de modernidad, era el más moderno. Su cuenta corriente sin fondo, le permitía ser así. Todo lo que le rodeaba era interesante. Disfrutaba devorando las mejores carnes, el mejor vino y el más asombroso lujo. Sus opiniones siempre eran apoyadas por su “camarilla” de lisonjeros, aunque nunca se “mojaba” a la hora de las conversaciones trascendentales. Solía quejarse de esta situación continuamente pero en realidad le encantaba.

Llegaron al restaurante a las 9 en punto. Romay tenía claro que le tocaría pagar, le gustaba lo mejor, y sabe que tendría que hacerse cargo de la cuenta, además, y si entrara algún conocido de la familia. “Estos mierdas son unos gorrones y no tienen un puto duro” pensaba; “pero mejor esto que estar solo”. Pidió foie gras y lo consumió con postergación. Samuel y Antoñito devoraban como hienas, daban asco. Seny pasó al baño, esa era la señal, primero pasarían los gorrones, luego Mamen y Romay.

Al regresar a la mesa, “los mierdas” ya habían dado fin al foie y no habían tocado la ensalada, además se tomaron la licencia de pedir champaña del bueno. “¡No, si encima vaís a tener buen gusto!” les dijo. Las burbujas se realzaban como notas de música en las copas, Romay sonreía, el material de Seny era muy bueno y actuaba con celeridad. Por un momento, Romay sintió algo parecido a la angustia. ¡Qué coño! Exclamó con fuerza, tenerse lastima no le iba a salvar a estas alturas.

Tras este pequeño “lapsus”, sin duda a causa de las drogas de Seny. Romay se dedicó a disfrutar de la velada y engulló todo ese lujo. Alguien inició una conversación sobre un tema de candente actualidad, de las que exigen decantarse por una opción para así determinar cuál es el código moral que guía nuestros pasos. Romay nunca opinaba, y no iba a ser diferente en esta ocasión, le incomodaban estas conversaciones, no se podía permitir el mostrar a los demás sus debilidades, por esto a todos les parecía un tipo encantador. En ese instante Mamen le besó apasionadamente, le había salvado sin saberlo, ya que la intensidad del acercamiento interrumpió la conversación, despertando la envidia de los presentes. Aun así, Romay ya no sentía nada por un beso, desde hace mucho, las muestras de cariño le son indiferentes, cuando se separaron Romay sonrió y encendió un cigarrillo. Durante un instante pensó que ni él ni sus padres nunca habían sufrido, vivía en un sueño donde los 60 y los 70 no existieron, era mejor armonizarse con el conformismo que otorgaba el dinero surgido del sacrificio de papa.

La cena no estuvo nada mal, tampoco habían sido “ambrosias divinas”, pero resultó aceptable para 150 euros. Dieron un paseo por la avenida saludando a excéntricos conocidos con sombreros de colores, eso sí, la pose había de caracterizarse por una actitud pasivo-agresiva, es lo que estaba de moda. Las chicas se ajustaban a resultar aburridas aspirando las caras de cada uno, pero asegurándose de no pasar desapercibidas. Romay tragaba las píldoras de Seny con completo desdén y animó a sus compañeros a realizar una parada en el parque y esperar que la cocaína salvase el primer bajón de la noche. El centro de la ciudad resultaba ser como un vampiro que absorbía la alegría simple, Romay era consciente de que dentro de poco tendría que hacerse cargo del negocio familiar y añoraría estos dorados años de corrupción. La gente tiene miedo a armonizarse sobre la travesía de este mundo, y desaparecer así. Hay que ser importante.

El parque parecía más lóbrego que nunca, desde que se sentaron en el banco que da al estanque nadie había pasado por los alrededores; ni la típica pareja dispuesta a dar rienda suelta a sus más bajas pasiones, ni el típico grupo de niñatos pijos cantando alguna canción “dura” de Mago de Oz. No obstante nadie estaba pendiente de esta situación, nadie salvo Romay, desde que comenzó la velada no había podido evitar sentir que estaba a punto de perder algo importante. Aún así no vio aparecer a “el Tirao”.

El Tirao no tenía nombre, al menos uno que el mismo recordase de su infancia, salvo el de Tirao. De hecho, es muy probable que no hubiese tenido una infancia al uso, con amigos, juguetes, padres que te arropan por las noches. Vivía en la ciudad, la ciudad entendida en su más amplio espectro, en sus calles, parques, plazas. Había llegado a la ciudad hacía ya dos o tres años y pasaba los días deambulando de aquí para allá bebiendo vino barato y gorroneando de los sobras de los botellones. Solía dormir en el soterramiento del rio, junto con las ratas y lo más florido del biotopo urbano. Comía en los comedores asistenciales cuando se acordaba aunque la mayoría de las veces se “deleitaba” con las mieles del contenedor del Mercadona. Apestaba y la suciedad cubría su cuerpo y sus ropajes, sin duda, provocaba la repulsión de todo el que pasaba por su lado. Era alto, un poco cargado de espaldas, vestía con negligencia, evidentemente por la necesidad y era feo de cara. Sus labios gruesos y cuarteados, su nariz aguileña y su mirada pálida, indiferente le daban un aspecto atroz. De igual modo tenía una expresión desagradablemente dura, poco afable y severa. Su cabeza despeinada, las sienes hundidas, las no ya tan precoces canas de su barba larga y estrecha, que dejaba entrever el mentón, el color gris pálido de la piel, sus maneras descuidadas y entorpecidas por el alcohol, hacían pensar en las grandes estrecheces sufridas, en las privaciones de sentimientos agradables, en un cansancio de la vida y de los hombros. Al ver su seca figura, resultaba imposible pensar que hubiera gozado alguna vez del sexo acompañado si no hubiese forzado la situación.

Cuando el Tirao toco el hombro de Antoñito este reacciono con un sobresalto, esta situación generó las risotadas de Samuel y Seny, provocando a su vez, que aflorara en Antoñito un semblante apocado y acto seguido un fiero sentimiento de cólera. Rabioso por la vergüenza sufrida ante sus colegas, Antoñito empujó con violencia a él Tirao y este se desplomó contra la arena.

Lejos de generar compasión en el grupo, Samuel, Seny y Mamen, comenzaron a desternillarse con desprecio y sarcasmo del Tirao. Esto alentó aún más a Antoñito, y terminó la jugada con una patada en el costado del Tirao y un salivazo sobre su rostro. Después lo celebró con un sonoro golpe en la mano de Samuel.

Durante todo este tiempo Romay había asistido imperturbable a lo acontecido, no rió, no aplaudió ni animó a Antoñito, como sus compañeros. Una vez finalizado el repugnante show, se levantó del banco, se agachó frente al Tirao, y le ayudó a levantarse. Esto sorprendió a sus compañeros e incluso Samuel y Seny intentaron persuadirle para que no hiciera nada. Este se volvió hacia ellos y les guiñó un ojo. Estos silenciosamente se sonrieron y le dejaron hacer.

Con el Tirao apoyado en su hombro, Romay se adentró a solas con él por el abigarrado boscaje que circundaba el sendero. El Tirao farfullaba maldiciendo en un idioma ininteligible sobre lo ocurrido y sobre su existencia, Romay solo llego a comprender en varias ocasiones: -“Me cago en mi puta vida”. Alejados ya y confundidos por la oscuridad y la distancia, Romay sacó un clínex de su bolsillo, limpió el escupitajo de la cara de el Tirao y comenzó a susurrar en su oído. A medida que avanzaba el mensaje de Romay, a medida que las palabras brotaban de su boca, el semblante del Tirao se tornaba más oscuro.

Tras unos tensos minutos de espera por parte de los compañeros de Romay, entre risas y nerviosismo, Antoñito creyó escuchar como un pequeño susurro llamándole desde la oscuridad del bosque. Antoñito acudió a la llamada, se adentró torpemente por el enramado sendero y creyó ver a Romay en un pequeño claro entre la oscuridad, Antoñito llamó su atención con una risa floja pero Romay no contestó, al acercarse para tocarlo noto un fuerte golpe en su cabeza… tendido en el suelo, casi inconsciente solo tuvo tiempo de observar como el Tirao levantaba sobre su cabeza una enorme roca justo antes de dejarla caer sobre su cráneo. Romay limpio unas gotitas de sangre que cayeron sobre su mejilla y con voz trémula exclamó: -“Samuel, puedes venir un momento”. Luego invitó al Tirao a refugiarse en su escondite no si antes recordarle que se llevara el cuerpo de Antoñito…

A las 1:30 h. a.m. El Tirao y Romay salían del sendero al ancho carril iluminado por la tenue luz de una farola, nadie andaba por los alrededores. El Tirao estaba cubierto de sangre y temblaba por la excitación de lo ocurrido, sus piernas no paraban de temblar y se agachó en el suelo para coger aliento. Romay sacudía el barro de sus zapatos, en ese instante el Tirao pregunto a Romay que por que le había ayudado a vengarse de sus amigos. Romay contesto: -“Me tenían atrapado, por eso les odiaba, y tú les odiabas tanto como yo, como también me odias a mí, desprecias a toda la gente que es como nosotros, porque nos envidias. Yo también te odio, te desprecio hasta tal punto que el corazón me hace daño y tengo la firme convicción de que la gente como tú solo servís como peones para que la gente como yo consigamos nuestros objetivos”. Acto seguido, golpeo con una fuerte patada la cara del Tirao.

Romay volvió a adentrarse en el bosquecillo y tomo el tronco manchado de sangre que el Tirao había utilizado para asesinar a sus amigos, golpeo contundentemente el cráneo del Tirao que se encontraba tendido en el suelo del camino y tras asegurarse que no respiraba, golpeo su propia cabeza con el tronco de un árbol cercano hasta hacerla sangrar y desgarró su cara camisa de Armani… Tras esto cogió su móvil y marcó el número de emergencias.

sábado, 17 de octubre de 2009

FIN DE SEMANA


Yo siento que…


La noche fue pesada.
La creí como quien ve a millones de muertos volver.
Y en mi cara cargada.
Veo que no puedo recordar lo que hablé con la gente ayer.


Ahora prefiero quedarme tumbado junto a ti.
Podemos esperar lentamente.
Ir a ver a los chicos pasear por el jardín.
Caminar pausadamente.


Me gusta sentarme en un banco al atardecer.
Pero a la mañana.
Estamos haciendo lo que mejor se nos da…
Quiero amarte por la mañana,
Cuando aún se nota en ti la resaca.
Amarte por la mañana,
Cuando aún estás enfadada.


Yo creo que…


Trabajo duro toda la semana y tú eternamente.
Nos merecemos una siesta.
Invadidos por la ortodoxia de reptiles profundamente.
Nos merecemos una tregua.


Quiero mirarte al regresar destrozada y aún desear poseerte.
El sexo deja un sabor amargo.
Quiero untar aceite en tu espalda y ser un voyeur al ducharte.
Tomar de ti sin recargo.


Tener las respuestas correctas, llevar los mejores zapatos.
Pero a la mañana.
Estamos haciendo lo que mejor se nos da…
Quiero amarte por la mañana,
Cuando aún se nota en ti la resaca.
Amarte por la mañana,
Cuando aún estás enfadada.

jueves, 15 de octubre de 2009

EL QUIROMASAJISTA. (Una historia de coña que surgió de una tarde de aburrimiento)


Las visitas a domicilio eran un verdadero fastidio para nuestro protagonista, pero de alguna forma había que pagar las facturas. Para alguien que acababa de finalizar su formación como quiromasajista, con poca experiencia, sin unas notas sobresalientes, más bien mediocres, y que acaba de meterse en un pisito para iniciar una feliz vida en pareja con su novia de toda la vida. Era lo más parecido a un salvavidas para este océano de realidad.
Se las prometía muy dichoso, hace ya cuatro años, cuando nuestro triste personaje inició una F.P. de grado medio, y es que el hijo, de la vecina del quinto, de su tía. Había realizado los estudios de quiromasaje y nada más terminar fue contratado por una importante clínica de la capital. Claro está, nuestro protagonista no contaba con toda la información, y es que el susodicho vecinito, era conocido de sobra por el dueño de la clínica, al que concedía suntuosos favores sexuales desde hacía ya algún tiempo, es probable que desde que le impartía clase en el instituto.
En fin. ¡Que la vida era un asco! Pero como la de cualquier otro que no se “chaperice” por un puesto de trabajo. Así que se dijo: -¡al tajo! Y tras mandar su currículo a varias clínicas de la provincia, de las que no recibió contestación alguna, puso un cartelito anunciando sus servicios a domicilio como quiromasajista en el centro de salud de su pueblo. No os voy a engañar, al principio he de decíos que nuestro amigo pensó en rubias despampanantes en tanga, aburridas de ser la mujer florero de algún rico ejecutivo, que estaban ansiosas por que un joven apuesto, o al menos como él que daba el pego, les diera un sensual masaje por su tersa y olvidada piel. Pero la realidad nunca es como uno se la imagina y descubrir que la media de edad de tus usuarios sería por regla general de 50 años, no era precisamente esa bacanal de “aceitoso” placer con la que soñaba.
Con estas perspectivas, y tras tristes escusas dadas a los primeros interesados en sus asistencias. La presión de las facturas y el comprobar que, de un tiempo a esta parte, la sonrisa mañanera de su pareja se estaba tornando en perfil encolerizado. Le obligó a aceptar su primer trabajo. Y hacia allí se encaminaba esa fría mañana con más conformidad que ilusión.
La casa de su cliente no era muy grande. Tenía un aire vetusto y macilento y las humedades se habían apoderado de prácticamente la totalidad de la fachada. De hecho, le sorprendió que en una de las jambas de la entrada apareciera un portero electrónico metalizado marca FERMAD y no el interruptor de un timbre que sonara como el grito ahogado de una joven en la noche. Tras un par de sutiles toques en el botoncito, una apagada voz de varón octogenario contestó amablemente:
- “¿Quién es?”
- “¡Hola señor Justino! ¡Soy el quiromasajista!
- “¡Ah!, muy bien, pase, pase. Suba las escaleras y entre en la habitación del fondo del pasillo.
Si la visión de la casa por fuera era doliente, lo que se presentaba ante nuestro amigo tras abrir la puerta ayudado de un sonoro empellón, era definitivamente terrorífico: En el pequeño recibidor de la entrada la penumbra parecía ser su ambiente cotidiano y resultaba ser lo más parecido a un tupido y oscuro sendero de una jungla ecuatorial, sustituyendo claro está, los abigarrados troncos por decimonónicos muebles y bolsas de basura. Los escalones crujían uno sí y el otro también y la melodía resultante era digna de un guión de Stephen King. El pasamanos de la escalera, de igual modo, había perdido su pigmentación original y la erosión resultante del manoseo lo hacía resbaladizo.
La habitación en la que se encontraba el anciano parecía haber salido de un hospital de finales del XIX. Era una habitación grande y oscura, a excepción del sillón donde estaba sentado nuestro anfitrión, escorado hacia un ventanuco que quedaba “sabiamente” orientado hacia el norte, esté iluminaba con un tenue haz de luz al anciano otorgando a la imagen un ambiente más enrarecido aún. Un viejo camastro y otras tres sillas dispuestas alrededor de la habitación era lo más que alcanzó a percibir nuestro amigo masajista, parecía no haber nada más en la estancia.
-“Bienvenido a mi humilde morada”. “Como ve, querido amigo, la relación entre el hogar por el que ha deambulado y mi edad es concisamente correspondiente”. “Algunas veces, me gusta pensar que este sitial donde ahora reposo mis viejas posaderas fue traído a la residencia el mismo día en que yo nací para que descansara mi apesadumbrada progenitora”. “Para nada es axiomático, válgame dios, pero a que resultaría paradigmático sucumbir a la fría guadaña de la parca en el mismo lecho donde uno compareció a la existencia”.
Tras la sentenciosa perorata de este singular personaje, nuestro amigo no supo que contestar, de hecho se quedó congelado en el quicio de la puerta. Y, por si fuera poco, si el “tufillo del acojone” aún no había hecho acto de presencia, en este mismo instante asomaba a raudales. Tras un breve silencio, en el que el añoso personaje no aparto de nuestro amigo la mirada ni un ápice, esté solo supo contestar con una nerviosa risilla.
-“Bueno para que demorar aún más nuestros negocios”. Dijo el viejo. “¿supongo que lo que porta en su extremidad superior izquierda es la parihuela donde he de postrarme?” “¡Despliéguela sin más demora e indíqueme como he de obrar ante ella!” Vociferó a nuestro amigo.
-“De acuerdo”, exclamó aún mas asustado, si cabe, por la sorprendente reacción de su anfitrión. –“Colóquese bocabajo”, “yo le ayudo no se preocupe”. Y abandonando la entrada de la habitación se dispuso a desplegar la camilla cerca del sillón donde aún se podía ver algo. Tras esto, ya no supo que decir a nuestro venerable anciano, porque si raro era, su reacción inmediata tras tumbarse en la camilla, se llevó la palma.
-“¡Aja!, veo que viene usted acompañado, pero por favor, invite a su amigo a tomar asiento”.
¡Esto ya sí que era rocambolesco! Aún así, el masajista no pudo evitar voltear su cabeza hacia la entrada de la habitación ¿Cómo que acompañado? ¿Pero que decía este loco prehistórico? Evidentemente en la entrada no había nadie y un escalofrío recorrió la espalda de nuestro amigo. Aún así, no supo que contestar y se limitó a comenzar su masaje embadurnando bien sus manos en aceite de tigre. Aún con todo, el viejo continúo con su amigable charla destinada al supuesto, e inexistente a todas luces, compañero del quiromasajista.
-“¡Pase, pase usted, ya que su joven amigo no le estimula a adentrarse en la sala, tendré que hacerlo yo!” “¿Es usted del mismo modo un menestral de la musculatura como nuestro silencioso amigo?... ¿No…? ¿A qué se dedica pues?, ¿Cómo dice…? A la actividad comercial… ¡Ajá! ¡Muy bien! ¿Y cuál de sus variadas tipologías ejerce usted…? ¿Mercader de qué…? ¿De almas dice usted…? Curiosa ocupación la suya… ¿Y dice que viene usted a por la mía…? ¡Ah!, ¡Ya iba siendo hora…! ¡Maldito hijo de la gran puta!
En ese mismo instante. Nuestro amigo no pudo más dio un respingo y un sonoro chillido y abandonó corriendo la estancia como alma que lleva el diablo. Tras un prudencial espacio de tiempo sin parar de correr y dirigiéndose hacia ninguna parte, nuestro aterrado amigo, visiblemente exhausto se detuvo, y tras analizar pormenorizadamente su situación, decidió llamar a la policía y relatar lo que allí había acontecido.
A la llegada de la policía el cuerpo del anciano aún no estaba frio, evidentemente tras la fantástica declaración del quiromasajista no faltaron carcajadas sin diplomacia alguna, e incluso la sombra de la sospecha se cernió durante un tiempo sobre nuestro amigo, pero un exhaustivo proceso de análisis indagatorio concluyó que la principal sospechosa de la muerte del anciano era la senectud.
Aún con todo el proceso ya finalizado, una enérgica sensación de ahogo acompañaba desde entonces a nuestro pobre amigo. Ya nada lo vinculaba a la defunción del campanudo anciano, todo había quedado aclarado y la postrera actitud del viejo fue achacada a la demencia senil. ¿Qué era entonces lo que tan insidiosamente azoraba la tranquilidad de nuestro compañero? Por supuesto, existía una respuesta para nuestro amigo, pero de igual modo sabía que carcomido por la depresión y encerrado en su casa no la encontraría. Así que, armándose de valor, un día igual de gris que el de la mañana de autos, decidió repetir el trayecto que aquel día lo transportó hasta su actual situación de mortificación.
El aspecto de la casa no había cambiado ni un ápice, es más quizás su tenebroso aspecto se había potenciado con el paso de los meses y su actual situación de abandono. Evidentemente, la sola visión de la casa no iba contestar a sus preguntas, así que se dispuso a ingresar en ella.
Repitió pausadamente los pasos que dio aquel día dentro del hall y al subir las escaleras de la casa, igual que entonces el soniquete de los escalones le hizo estremecerse, pero se armó de valor y se dispuso a adentrarse en la habitación. Cual fue su sorpresa, cuando al superar la frontera de acceso a la oscura estancia, se encontró con un hombre elegantemente ataviado con una fuliginosa levita y chistera.
-“¡Hola amigo masajista!” Exclamé.
-“¡Hola!”... contesto algo asustado.
-“Primero he de decirte que no has de temer nada, y que por supuesto trataré de contestar a todas las preguntas que me hagas.” Tratando de tranquilizarlo.
-“¿Eras tú el que estuvo presente el día de la muerte del señor Justino?”
-“Así es”. Afirmé.
-“¿Lo mataste tú?”
-“Ni mucho menos, no puedo hacer eso, me está prohibido”´
-“¿Entonces, a que se debió su muerte?” Preguntó apesadumbrado.
-“Creo que técnicamente se llama miocarditis. El hombre ya era mayor”.
-“¿Pero tú sabias que el iba a morir?”
-“Mi trabajo es saber quien tiene que iniciar su…, digamos, si lo prefieres, por darle un tinte de romanticismo, último viaje”. Sonreí.
En ese instante, estoy seguro que mi amigo el quiromasajista, medito mucho su pregunta, pero al final, sacó coraje de sus escuálidas trazas y preguntó:
-“¿Quién eres tú?
-“Sabes de sobra la respuesta” contesté circunspecto. “¿Tendrás ahora valor para realizar la pregunta exacta?”
Vaciló al principio, pero henchido de un novedoso, para él, halo de seguridad, me dijo:
-“¿Qué es lo que quieres de mí?”

Llevo ya tres años trabajando con el quiromasajista. De hecho, somos muy buenos compañeros y me cuesta trabajo verlo como un empleado más. El chico tiene algo, no se bien que es, pero sobre todo, me hace reír. Es uno de los mejores heraldos de la muerte que he tenido. Y, os puedo asegurar, que ya van unos cuantos. Desaprovechar, el acceso que él tiene a personas ancianas, era algo que no me podía permitir. Además, con él, los tránsitos finales no son violentos y en muy pocas ocasiones hay sangre. Por regla general suelen irse muy “agustito” tras uno de sus masajes y eso, y creo que tengo experiencia en lo que os digo, es de agradecer.

martes, 13 de octubre de 2009

Kings of Convenience - Mrs. Cold (Music Video)




PARA QUE ESCRIBIR NADA CUANDO PUEDES ESCUCHAR ALGO MARAVILLOSO....

NO ES VENGANZA, ES AUTODEFENSA (Por Cesar)


Do Sol La
El fruto de nuestra historia
Lam
Para ti no ha madurado…….
Mim fa
La explosión de la memoria
lam mim fa
No acabó con todas las pantallas,
Lam Fa sol
Estas en guerra, no ha cesado la batalla.
Do sol Lam
Pudo trascender en retórica
sol fa
“los padres de este cuento”
Lam sol fa
Puede ser evocación pictórica
Do sol lam
La culpabilidad te da el deleite,
Mim fa sol
De saberte victoriosa, de gozar con este golpe.

(y) Estar jodido no suele divertirme
Y tú eres la maestra…
Multiplicando para abducirme
Sumando tu capacidad de extraviarme
(Te extingues y) resplandeces en la senda,
Me ciegas, me curas y apartas la venda.
Do sol lam
Hoy Quiero dejar de evocarte
mim
quiero respirar sin ahogarme
fa sol lam
En mis sueños puedo relegarte
mim lam mim fa
Así tu retrato habla cara a cara con el paso,..
Lam sol fa
Y yo descanso, por fin descanso.

Do sol lam
La ficha que un dia me dejaste
Sol fa
Mecida en telarañas
Lam sol fa
Dejame que ahora yo la mueva
do sol lam
y no te preocupes hay quien dice
mim fa sol
que en medio del rencor Lo sensible se renueva.

Hoy puedo enseñarle a tú presencia
(que mi ecuación está resuelta)
Que puedo vivir con tu ausencia
Que ni tus cantos ni llamadas me perturban,
Y el futuro, el futuro te juro ya no me asusta.

Y estar jodido no suele divertirme,
y tu eres la maestra
quedate con tus vendas
con todo aquello que tanto te gusta
porque te lo juro pequeña
que el futuro a mi ya no me asusta

NO ES VENGANZA, ES AUTODEFENSA


El fruto de nuestra historia
Para ti no ha madurado
Esa explosión en la memoria
No apagó las pantallas,
Estas en guerra, no ha cesado la batalla.

Pudo trascender en retórica
“madre y padre de este cuento”
Puede ser evocación pictórica
La culpabilidad te da el deleite,
De creerte victoriosa, de gozar de este golpe.

Estar jodido no suele divertirme
Y tú eres maestra en el hecho
Explotas la capacidad de extraviarme
Te extingues y resplandeces en la senda,
Me ciegas, me curas y apartas la venda.

Quiero dejar de evocarte
Quiero respirar sin ahogarme
En mis sueños puedo relegarte
Así tu retrato habla cara a cara con el tránsito
Y yo descanso, por fin descanso.

Hoy puedo enseñarle a tú presencia
Esta resuelto y no hay marcha atrás
Que puedo vivir con tu ausencia
Que ni tus cantos ni llamadas me perturban,
Y el futuro no me asusta, ya no me asusta.

lunes, 12 de octubre de 2009

SEGUIRTE EN LA OSCURIDAD.


Amor mío si algún día muriésemos, trataría de estar siempre tras de ti. Te seguiría en la oscuridad

No iría hacia la cegadora luz ni deambularía por los túneles que desembocan en puertas de blanco color. Nuestras manos se entrelazarían en la penumbra esperando a la pista de una chispa.

Si el cielo y el infierno deciden que ambos están satisfechos ya de almas de enamorados nos iluminarían dejando nuestras plazas vacantes

Si no hay nadie a tu lado cuando tu alma se embarque por el río de la muerte, correría para seguirte en la oscuridad.

En las escuelas católicas nos enseñaron como viciosa norma que el camino ha de ser solitario, nos premiaron con nudillos heridos, porque el miedo había de ser el corazón del amor… así pues, nunca regresé a aquel redil.

Si el cielo y el infierno deciden que ambos están satisfechos ya de almas de enamorados nos iluminarían dejando nuestras plazas vacantes.

Si no hay nadie a tu lado cuando tu alma se embarque por el río de la muerte, correría para seguirte en la oscuridad.

Hemos visto de todo, desde Tokio a Buenos Aires. Las suelas de nuestros zapatos se han desgastado. Ya es la hora de dormir, no hay nada por lo que llorar, no existe causa alguna para celebrar sino es en lo oscuro de una habitación.

Si el cielo y el infierno deciden que ambos están satisfechos ya de almas de enamorados nos iluminarían dejando nuestras plazas vacantes.

Si no hay nadie a tu lado cuando tu alma se embarque por el río de la muerte, correría para seguirte en la oscuridad.

Voy a seguirte en la oscuridad.
Voy a seguirte en la oscuridad.

PARA E.


Acostumbran a decir mis amigos, que cuando tú pones tus manos sobre mí reflejas mi enfermedad y me arrastras a la tragedia. Consigues aflorar mi anatema y no puedo levantar el vuelo. Cuando la puesta del sol marca los tiempos, cuando la luna está llena y reluce con más fuerza; consigues romper aquella caja llena de secretos, consigues destripar a este enredado que guarda sorpresas.

Mi mente está en llamas.

Podríamos huir hasta el amanecer en un coche robado; podríamos mirar cien mil veces hacia el Cinturón de Orión. Pero apuesto a que no llegaríamos demasiado lejos antes de que la metamorfosis se apoderara de mí y los tanques de sed de sangre que anhelo se apagaran.

Mi mente ha cambiado.


Nunca fue marco de mi cuerpo la espiritualidad, pero últimamente Dios me gusta, porque cuando mi corazón arde en llamas siento como es Él el que se apodera de mi cuerpo. Y es cuando amanece que el día me cobra su tasa de maldad. Ya he aprendido a guardar el tipo. La mañana es difícil.


Cuando vuelve la luna a ser redonda puedo enseñarte trucos que vuelven tu mente mestiza y pasas de ser una pequeña muñeca y te transformas en un ente horriblemente pasional y tu interior se vuelve ardiente. A esas horas soy el paradigma más afortunado que existe en el mundo.


Sé que es extraño para ti otra manera de conocerme, que crees que nunca sabrás como soy en realidad a menos que vayamos así; convertidos en seres de la noche. ¿Y qué puedo mostrarte que no sea eso? ¿Qué puedes mostrarme tú? Para mí también resultaría extraño conocerte de otro modo. ¿Te atreverías a plantearlo siquiera un día? Tenemos hasta la medianoche… tiempo perdido, y aquí viene la luna así que deja de mostrar lo que ni tú ni yo somos; desnúdate, desnúdame y ahora ya somos monstruos de la verdad.


Sueña oh, soñadora; sueña mientras miras hacia el suelo y yo beso tu espalda. Abre con tus dedos mis manos y deja que ellos rompan los tejidos de tú resplandor y gime, gime mientras se esconden en sus secretos más íntimos. Siénteme, complétame hasta el núcleo, abre tu corazón y deja que sangre para que yo beba de él. Aliméntate conmigo de la fiebre y debajo, tumbada frente a mí, muestra lo que el aullido es capaz de ensordecer. Y qué más dará ya si somos descubiertos por el sonido en la noche.


Mi compañera de juegos, Permíteme arrasar tu estabilidad, quemar tus árboles colgantes. ¿No ves que hace calor aquí?, que todo es violento en este lugar. Tienes una maldición contra la que ya no puedes luchar. El brillo del sol al desplazarse te ciega y solo existe una cura… mis besos de sangre, la picadura del insecto de mi noche, ahora lo que tenemos ya es para siempre… escandalizará a las ancianas, avergonzará a nuestras familias y nos hará gritar para siempre.

EL MÚSICO.


A las 6:00 a.m. la luz de la mañana dibujaba sombras tenebrosamente juguetonas en los edificios de la plaza Bibrambla, los barrenderos habían mojado las baldosas de la calle para limpiarla de los desperdicios de la noche anterior, la mezcolanza resultante era una crema gris y pastosa aderezada con trozos de cristal de litrona y monedas perdidas. El olor era nauseabundo; alcohol, vomito y desinfectante se superponían para conformar un rosario de fetidez que facilitaba la arcada de los transeúntes mañaneros. Los pájaros comenzaban a despertar, sumando su tímido piar a los motores de los primeros coches que pasaban sin apenas detenerse. Una mujer gorda, maquillada como una pintura impresionista, paseaba a su foxterrier entre los arriates y hablándole como a un bebé lo animaba a que hiciese sus necesidades en la base de un robusto plátano. El dueño del puesto de flores 5º alzaba con desdén el cierre metálico de su establecimiento maldiciéndose en voz alta, quizás con la intención de que el sonido resultante de esta suma de actos fuera aun más ensordecedor, y así, despertar a todo el vecindario envenenado por el agravio comparativo de tener que trabajar en domingo y que el resto descansase plácidamente en sus casas.

Hans Hansen; era, sin lugar a dudas, fácilmente reconocible como miembro del orgulloso pueblo escandinavo. Su cabello rizado y rojo, su tez blancuzca, matizada de un sinfín de pecas, y evidentemente su nombre, así lo demostraban. Paseaba tranquilo tirando de una plataforma rectangular de madera con ruedas que cargaba con una batería descolorida y carcomida por el tiempo y un pequeño taburete. Su despejado deambular lo convertía en un ente que ni siquiera parecía estar allí. De hecho ninguno de los vecinos de la plaza se percató de su llegada, pese a lo aparatoso de su mercancía.

En 10 minutos exactos, la batería estaba montada, Hans se sentó en el taburete, miró al encapotado cielo, cerró los ojos, respiró profundamente y comenzó a tocar “A view from the afternoon” de Artic Monkeys. Evocando el video musical de la banda anglosajona, tocaba como si el resto del mundo no existiese. El tendero del puesto de flores dio un respingo al escuchar los primeros compases de batería y tras medio minuto de abrumador estupor, le inundó una risilla tonta y comenzó a mirar a los balcones de la plaza. El pequeño canido de la señora obesa comenzó a ladrar de forma desesperada a nuestro músico, mientras la señora sujetaba fuerte su correa y con cara de asco no paraba de repetir: -“¡Qué poca vergüenza! Poco a poco, los balcones de la plaza se fueron abriendo y los vecinos despeinados, en bata y pijama, con los ojos anegados de legañas, entre la sorpresa y la cólera, increpaban a Hans “recordando a su familia” y amenazándole con una rápida llamada a la policía.

A Hans, no parecía importarle mucho las críticas, y continuaba golpeando su batería, concentrado en que los compases no perdiesen ni un ápice de exactitud. A los 20 minutos, cuatro agentes de policía perfectamente uniformados, amablemente invitaban a Hans a desistir de su actitud, tampoco esto importunó a Hans en demasía, se limito a regalarles una fugaz ojeada y sin cambiar su semblante continuó tocando. Esta actitud sorprendió a los cuatro agentes que se miraron perplejos entre ellos. De igual modo, los vecinos comenzaron a gritar desde los balcones aún con mayor furia y exigían a los agentes una solución expeditiva para esta situación tan irregular. Uno de los agentes intento parar los rápidos brazos de Hans y este ni corto ni perezoso golpeo al policía en una ceja con la baqueta, este acto provocó la rápida actuación policial que inmovilizaron, no sin recibir algún que otro baquetazo más en sus cuerpos, al músico fijando su rostro al suelo y maniatándolo con unas esposas. La gente aplaudía desde los balcones y Hans camino de los coches de policía se limitaba a hacer genuflexiones a tan desagradecido público, e incluso lanzo algún que otro beso a unas chicas en camisón que observaban la rocambolesca situación carcajeándose desde su balcón. El policía herido en la ceja, trataba de parar la hemorragia mientras invitaba a los mirones a adentrarse en sus casas y a dejar actuar a la policía con tranquilidad. En un despiste de los agentes que acompañaban a Hans, este salió corriendo hacia su abandonada batería y sin parar de sonreír se puso a patearla sin ninguna contemplación…

Esta espectacular reacción cambió el semblante de los espectadores que sorprendidos y ya totalmente despiertos, frotaban sus ojos y abrían sus bocas a modo de sorpresa. Algunos exclamaron:- “¡Cuidado, se escapa!”, la policía corrió tras él, le atraparon, avergonzados y furiosos comenzaron a golpearle repetidamente, hasta que molido de dolor y chorreando de sangre, desistió de su perturbada actitud. Ya nadie gritaba ni reía, incluso muchos vecinos con un semblante apesadumbrado regresaron a sus casas y cerraron sus balcones. Hans seguía sonriendo con la mirada perdida, mientras era acompañado por los cuatro agentes al coche. Se volvió para mirar a su batería y no parando de sonreír, derramó un par de lágrimas. Los agentes metieron a Hans en el coche de un empujón, este se limitó a derrumbarse en el asiento de atrás, y siguió sonriendo.

A las 7:30 a.m. la luz de la mañana se expandía plena por los edificios de la plaza Bibrambla, las baldosas de la calle aún mojadas comenzaban a acumular porquería. Al olor ya viciado se sumaba el aroma de las flores del puesto nº 5. La mujer gorda, maquillada como una pintura impresionista, acarreaba entre sus robustos brazos al foxterrier y hablándole como a un bebé trataba de calmarle. El dueño del puesto de flores 5º miraba con tristeza los restos de una desvencijada batería que se esparcían por el centro de la plaza mezclados con la sangre de Hans. Ya nadie descansaba plácidamente en sus casas, todos estaban despiertos. El silencio reinaba en esta céntrica plaza de Granada, no se escuchaba a los pájaros, ni a los coches, ni a la gente, ni los cierres de los comercios, ni a los niños jugando. Una nada absoluta.

MOMENTOS.


Esperando las 7.18, enero es infinito.
Cansado, hastiado y desesperado,
La Línea de La Vega es la más estridente.
Sesión en silencio en barras de bar después del trabajo.
¿No tengo nada para añadir?
Ahora nos abrazamos a botellas y evocaciones del pasado.

Solamente pido momentos, no horas ni días.

Chirrían mis dientes en medio de la noche.
Ya no hay tristeza en mis muelas.
He gastado todo mi tiempo libre
Con autodefinidos y Sudokus
Si pudiera hacerlo otra vez tendría más errores, no me asustaría la caída.
Si pudiera hacerlo otra vez subiría más árboles, comería zarzamoras salvajes.

Solamente pido momentos, no horas ni días.

EL SUEÑO


La batalla había sido decisiva, y el regreso extenuante. Millas y millas de infernal desierto dejaron su reflejo en los ropajes y pieles de los soldados; durante todo el trayecto de su deambular por las inhóspitas tierras del centro de Asia, solo alentaba el alma de de la tropa el saberse ya reconocidos como grandes héroes del tenebroso tiempo que les había tocado vivir. La victoria sobre los bárbaros de la estepa, no solo había reportado pingües beneficios “al Khan”, así como extensos territorios, sino que además suponía librarse de la amenaza de “los pueblos del norte” durante un largo periodo.
A la llegada a las puertas de la capital, la algarabía era tremenda. La calzada estaba cubierta por un manto de flores, sonaban marciales melodías y el populacho cubría de glorias, bebida y lisonjas a los guerreros. No obstante, el semblante de Kublai Khan se caracterizaba por un rictus impertérrito, casi pétreo, no se adivinaba en su rostro ni dicha, ni pena.
A la noche; tras las celebraciones por la victoria, “el Khan”, cansado y con claros signos de embriaguez se retiró a su lecho sin visitar las habitaciones de su concubina. Sin despojarse de su suntuosa túnica de seda y rubíes cayó extenuado sobre la alcoba. Es entonces cuando soñó… -El Gran Palacio, estaría situado sobre una plataforma artificial sobre la montaña más alta del Khanato. Tendría una cúpula central formada por dos cubiertas de la mejor madera de cedro del Líbano, doradas y colocadas sobre un tambor elevado con dieciséis ventanas en la parte superior que inundarían de luz el interior del edificio. A su vez se apoyaría sobre una arcada circular de cuatro pilares y doce columnas del más lujoso mármol. Alrededor de la parte central habría dos girolas separadas por una arcada dodecágona de diez pilares de oro macizo y dieciséis columnas de plata. En el exterior, cada cara del dodecágono estaría dividida por doce paneles altos y estrechos separados por pilastras de nácar. En el interior solo residiría Kublai Khan con su concubina, sin cuidadores, ni criados, ni esclavos. Solo él, su amante y el inmenso amor que se profesaban, y allí descansarían hasta el final de sus días.

A la mañana siguiente, el monarca se levanto ilusionado, como un adolescente antes de su iniciación como guerrero. Hizo llamar a sus consejeros, arquitectos y musivarios, y les expuso su proyecto. Pese a lo descabellado de la idea nadie se atrevió a replicarle, y se pusieron rápidamente a proyectarla.

“El Khan”, dichoso por el regalo que se disponía a crear para su amante fue a visitarla para comunicárselo. Tocó levemente la puerta de sus aposentos para no amedrentarla en su sueño, lo suficiente tan solo para llamar su atención, al no recibir respuesta golpeo un poco más fuerte y exclamo su nombre. Viendo que no era contestado entró. Al verla tendida desnuda sobre su lecho la supuso dormida, se acercó sigilosamente y le susurró al oído, otra vez su nombre, toco su rostro sonriendo y su alma quedó tan helada como la noche en el desierto.

Al regresar al salón regio su semblante era como el de la mañana del regreso de la batalla, no dijo nada, anduvo hacia la mesa donde estaban los primeros bocetos de su Palacio del Amor, desenvaino su cimitarra y la clavó sobre los dibujos. Nunca más nadie habló sobre el palacio soñado.

En un día de verano de 1797. Samuel Taylor Coleridge se había retirado a pasar un descanso estival a una granja en el confín de Exmoor; una agitada discusión con su amante lo había sumido en una profunda melancolía. A la tarde, una indisposición lo obligó a tomar un hipnótico; el sueño lo venció momentos después de la lectura de un pasaje de Purchas, que refiere la edificación de un palacio por Kublai Khan.

El texto casualmente leído procedió a germinar y a multiplicarse en su mente a través de un sueño. Intuyó una serie de imágenes visuales y, simplemente, de palabras que las manifestaban; al cabo de unas horas despertó, con la certidumbre de haber compuesto, o recibido, un poema de unos trescientos versos. Los recordaba con singular claridad y se puso a trascribir lo soñado.

A los pocos minutos, una visita inesperada lo interrumpió. Se trataba de su amante. Seria y malhumorada, pretendía no obstante conseguir una explicación del autor por su repentina desaparición. Coleridge monto en cólera; ¿como se atrevía a exigirle nada?, él marchó para evitar más conflictos. Llorando, su amante huyo desconsolada, y el poeta le respondió con un sonoro portazo.

Al tomar asiento para continuar con su escrito soñado, descubrió con no pequeña sorpresa y mortificación, que si bien retenía de modo vago la forma general de la visión, todo lo demás, salvo unas ocho o diez líneas sueltas, había desaparecido como las imágenes en la superficie de un río en el que se arroja una piedra.


La lluvia golpeaba delirante sobre los cristales de la buhardilla de Javier. Aún así, no dejaba de componer ayudado de su vieja guitarra y un humeante cigarrillo de marihuana; a decir verdad, unos segundos antes había descubierto preocupado que había esquilmado el cargamento de cannabis xativa que su vecino Sherif le regaló esa misma mañana por ayudarle en su pequeño “afaire” con la enfermera del Centro de Salud.

Poco a poco, el hastío por no conseguir nada que sonara medio en condiciones, los efectos de la adormidera y el tintineo del agua; le hicieron caer en un profundo sueño.

Soñó con una ruinosa casa rodeada de un paraje neblinoso, en su interior un viejo poeta escribía dictado por un rey que lloraba sobre un palacio dorado. Al contacto de la pluma del escritor con el pergamino surgían de su fusión innumerables notas musicales, estas sonaban en la mente de nuestro cantautor y a su vez las plasmaba con su voz y su guitarra.

Al despertar la emoción lo embriagaba, tenía en su cabeza con seguridad la mejor canción que jamás había escuchado ningún hombre sobre la tierra. No paró de escribir, no paró de tocarla. La melodía llegaba como agua de mayo, su representante le había conseguido una audición con una de las mejores discográficas del país, estaba seguro de que su gran sueño de convertirse en una importante figura de la canción estaba a un paso.

Era la mañana de la audición, Javier caminaba bajo una cortina de agua con nada más para resguardar a él y a su vieja guitarra que un viejo abrigo de tipo Coreano; no obstante andaba feliz e ilusionado. Fue entonces cuando se cruzaron sus miradas…

A las 12:30 h. del medio día, Héctor Junyent, manager de poca monta; pedía excusas en una sala de grabación a toda una representación de lo más florido del panorama discográfico nacional mientras marcaba un número de teléfono. Tras un par de “Bips” se descolgó el auricular, no dejó que nadie respondiera, tan solo exclamó: -¡Donde estas pedazo de desgraciado! Tras el auricular se oyó lo siguiente: -Estoy en una cafetería, cantándole a la mujer más maravillosa del mundo, la canción más bonita que nunca nadie ha escuchado jamás-.