jueves, 15 de octubre de 2009

EL QUIROMASAJISTA. (Una historia de coña que surgió de una tarde de aburrimiento)


Las visitas a domicilio eran un verdadero fastidio para nuestro protagonista, pero de alguna forma había que pagar las facturas. Para alguien que acababa de finalizar su formación como quiromasajista, con poca experiencia, sin unas notas sobresalientes, más bien mediocres, y que acaba de meterse en un pisito para iniciar una feliz vida en pareja con su novia de toda la vida. Era lo más parecido a un salvavidas para este océano de realidad.
Se las prometía muy dichoso, hace ya cuatro años, cuando nuestro triste personaje inició una F.P. de grado medio, y es que el hijo, de la vecina del quinto, de su tía. Había realizado los estudios de quiromasaje y nada más terminar fue contratado por una importante clínica de la capital. Claro está, nuestro protagonista no contaba con toda la información, y es que el susodicho vecinito, era conocido de sobra por el dueño de la clínica, al que concedía suntuosos favores sexuales desde hacía ya algún tiempo, es probable que desde que le impartía clase en el instituto.
En fin. ¡Que la vida era un asco! Pero como la de cualquier otro que no se “chaperice” por un puesto de trabajo. Así que se dijo: -¡al tajo! Y tras mandar su currículo a varias clínicas de la provincia, de las que no recibió contestación alguna, puso un cartelito anunciando sus servicios a domicilio como quiromasajista en el centro de salud de su pueblo. No os voy a engañar, al principio he de decíos que nuestro amigo pensó en rubias despampanantes en tanga, aburridas de ser la mujer florero de algún rico ejecutivo, que estaban ansiosas por que un joven apuesto, o al menos como él que daba el pego, les diera un sensual masaje por su tersa y olvidada piel. Pero la realidad nunca es como uno se la imagina y descubrir que la media de edad de tus usuarios sería por regla general de 50 años, no era precisamente esa bacanal de “aceitoso” placer con la que soñaba.
Con estas perspectivas, y tras tristes escusas dadas a los primeros interesados en sus asistencias. La presión de las facturas y el comprobar que, de un tiempo a esta parte, la sonrisa mañanera de su pareja se estaba tornando en perfil encolerizado. Le obligó a aceptar su primer trabajo. Y hacia allí se encaminaba esa fría mañana con más conformidad que ilusión.
La casa de su cliente no era muy grande. Tenía un aire vetusto y macilento y las humedades se habían apoderado de prácticamente la totalidad de la fachada. De hecho, le sorprendió que en una de las jambas de la entrada apareciera un portero electrónico metalizado marca FERMAD y no el interruptor de un timbre que sonara como el grito ahogado de una joven en la noche. Tras un par de sutiles toques en el botoncito, una apagada voz de varón octogenario contestó amablemente:
- “¿Quién es?”
- “¡Hola señor Justino! ¡Soy el quiromasajista!
- “¡Ah!, muy bien, pase, pase. Suba las escaleras y entre en la habitación del fondo del pasillo.
Si la visión de la casa por fuera era doliente, lo que se presentaba ante nuestro amigo tras abrir la puerta ayudado de un sonoro empellón, era definitivamente terrorífico: En el pequeño recibidor de la entrada la penumbra parecía ser su ambiente cotidiano y resultaba ser lo más parecido a un tupido y oscuro sendero de una jungla ecuatorial, sustituyendo claro está, los abigarrados troncos por decimonónicos muebles y bolsas de basura. Los escalones crujían uno sí y el otro también y la melodía resultante era digna de un guión de Stephen King. El pasamanos de la escalera, de igual modo, había perdido su pigmentación original y la erosión resultante del manoseo lo hacía resbaladizo.
La habitación en la que se encontraba el anciano parecía haber salido de un hospital de finales del XIX. Era una habitación grande y oscura, a excepción del sillón donde estaba sentado nuestro anfitrión, escorado hacia un ventanuco que quedaba “sabiamente” orientado hacia el norte, esté iluminaba con un tenue haz de luz al anciano otorgando a la imagen un ambiente más enrarecido aún. Un viejo camastro y otras tres sillas dispuestas alrededor de la habitación era lo más que alcanzó a percibir nuestro amigo masajista, parecía no haber nada más en la estancia.
-“Bienvenido a mi humilde morada”. “Como ve, querido amigo, la relación entre el hogar por el que ha deambulado y mi edad es concisamente correspondiente”. “Algunas veces, me gusta pensar que este sitial donde ahora reposo mis viejas posaderas fue traído a la residencia el mismo día en que yo nací para que descansara mi apesadumbrada progenitora”. “Para nada es axiomático, válgame dios, pero a que resultaría paradigmático sucumbir a la fría guadaña de la parca en el mismo lecho donde uno compareció a la existencia”.
Tras la sentenciosa perorata de este singular personaje, nuestro amigo no supo que contestar, de hecho se quedó congelado en el quicio de la puerta. Y, por si fuera poco, si el “tufillo del acojone” aún no había hecho acto de presencia, en este mismo instante asomaba a raudales. Tras un breve silencio, en el que el añoso personaje no aparto de nuestro amigo la mirada ni un ápice, esté solo supo contestar con una nerviosa risilla.
-“Bueno para que demorar aún más nuestros negocios”. Dijo el viejo. “¿supongo que lo que porta en su extremidad superior izquierda es la parihuela donde he de postrarme?” “¡Despliéguela sin más demora e indíqueme como he de obrar ante ella!” Vociferó a nuestro amigo.
-“De acuerdo”, exclamó aún mas asustado, si cabe, por la sorprendente reacción de su anfitrión. –“Colóquese bocabajo”, “yo le ayudo no se preocupe”. Y abandonando la entrada de la habitación se dispuso a desplegar la camilla cerca del sillón donde aún se podía ver algo. Tras esto, ya no supo que decir a nuestro venerable anciano, porque si raro era, su reacción inmediata tras tumbarse en la camilla, se llevó la palma.
-“¡Aja!, veo que viene usted acompañado, pero por favor, invite a su amigo a tomar asiento”.
¡Esto ya sí que era rocambolesco! Aún así, el masajista no pudo evitar voltear su cabeza hacia la entrada de la habitación ¿Cómo que acompañado? ¿Pero que decía este loco prehistórico? Evidentemente en la entrada no había nadie y un escalofrío recorrió la espalda de nuestro amigo. Aún así, no supo que contestar y se limitó a comenzar su masaje embadurnando bien sus manos en aceite de tigre. Aún con todo, el viejo continúo con su amigable charla destinada al supuesto, e inexistente a todas luces, compañero del quiromasajista.
-“¡Pase, pase usted, ya que su joven amigo no le estimula a adentrarse en la sala, tendré que hacerlo yo!” “¿Es usted del mismo modo un menestral de la musculatura como nuestro silencioso amigo?... ¿No…? ¿A qué se dedica pues?, ¿Cómo dice…? A la actividad comercial… ¡Ajá! ¡Muy bien! ¿Y cuál de sus variadas tipologías ejerce usted…? ¿Mercader de qué…? ¿De almas dice usted…? Curiosa ocupación la suya… ¿Y dice que viene usted a por la mía…? ¡Ah!, ¡Ya iba siendo hora…! ¡Maldito hijo de la gran puta!
En ese mismo instante. Nuestro amigo no pudo más dio un respingo y un sonoro chillido y abandonó corriendo la estancia como alma que lleva el diablo. Tras un prudencial espacio de tiempo sin parar de correr y dirigiéndose hacia ninguna parte, nuestro aterrado amigo, visiblemente exhausto se detuvo, y tras analizar pormenorizadamente su situación, decidió llamar a la policía y relatar lo que allí había acontecido.
A la llegada de la policía el cuerpo del anciano aún no estaba frio, evidentemente tras la fantástica declaración del quiromasajista no faltaron carcajadas sin diplomacia alguna, e incluso la sombra de la sospecha se cernió durante un tiempo sobre nuestro amigo, pero un exhaustivo proceso de análisis indagatorio concluyó que la principal sospechosa de la muerte del anciano era la senectud.
Aún con todo el proceso ya finalizado, una enérgica sensación de ahogo acompañaba desde entonces a nuestro pobre amigo. Ya nada lo vinculaba a la defunción del campanudo anciano, todo había quedado aclarado y la postrera actitud del viejo fue achacada a la demencia senil. ¿Qué era entonces lo que tan insidiosamente azoraba la tranquilidad de nuestro compañero? Por supuesto, existía una respuesta para nuestro amigo, pero de igual modo sabía que carcomido por la depresión y encerrado en su casa no la encontraría. Así que, armándose de valor, un día igual de gris que el de la mañana de autos, decidió repetir el trayecto que aquel día lo transportó hasta su actual situación de mortificación.
El aspecto de la casa no había cambiado ni un ápice, es más quizás su tenebroso aspecto se había potenciado con el paso de los meses y su actual situación de abandono. Evidentemente, la sola visión de la casa no iba contestar a sus preguntas, así que se dispuso a ingresar en ella.
Repitió pausadamente los pasos que dio aquel día dentro del hall y al subir las escaleras de la casa, igual que entonces el soniquete de los escalones le hizo estremecerse, pero se armó de valor y se dispuso a adentrarse en la habitación. Cual fue su sorpresa, cuando al superar la frontera de acceso a la oscura estancia, se encontró con un hombre elegantemente ataviado con una fuliginosa levita y chistera.
-“¡Hola amigo masajista!” Exclamé.
-“¡Hola!”... contesto algo asustado.
-“Primero he de decirte que no has de temer nada, y que por supuesto trataré de contestar a todas las preguntas que me hagas.” Tratando de tranquilizarlo.
-“¿Eras tú el que estuvo presente el día de la muerte del señor Justino?”
-“Así es”. Afirmé.
-“¿Lo mataste tú?”
-“Ni mucho menos, no puedo hacer eso, me está prohibido”´
-“¿Entonces, a que se debió su muerte?” Preguntó apesadumbrado.
-“Creo que técnicamente se llama miocarditis. El hombre ya era mayor”.
-“¿Pero tú sabias que el iba a morir?”
-“Mi trabajo es saber quien tiene que iniciar su…, digamos, si lo prefieres, por darle un tinte de romanticismo, último viaje”. Sonreí.
En ese instante, estoy seguro que mi amigo el quiromasajista, medito mucho su pregunta, pero al final, sacó coraje de sus escuálidas trazas y preguntó:
-“¿Quién eres tú?
-“Sabes de sobra la respuesta” contesté circunspecto. “¿Tendrás ahora valor para realizar la pregunta exacta?”
Vaciló al principio, pero henchido de un novedoso, para él, halo de seguridad, me dijo:
-“¿Qué es lo que quieres de mí?”

Llevo ya tres años trabajando con el quiromasajista. De hecho, somos muy buenos compañeros y me cuesta trabajo verlo como un empleado más. El chico tiene algo, no se bien que es, pero sobre todo, me hace reír. Es uno de los mejores heraldos de la muerte que he tenido. Y, os puedo asegurar, que ya van unos cuantos. Desaprovechar, el acceso que él tiene a personas ancianas, era algo que no me podía permitir. Además, con él, los tránsitos finales no son violentos y en muy pocas ocasiones hay sangre. Por regla general suelen irse muy “agustito” tras uno de sus masajes y eso, y creo que tengo experiencia en lo que os digo, es de agradecer.

1 comentario:

  1. Es más bien malete... pero nos lo pasamos en grande escribiéndolo en el estudio de Ricardo.

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